Capital, Universidad Normal de Gente Esperanzadora, septiembre de un año pasado, de un año en curso, y tal vez de los próximos en caso de que nuestras consciencias sigan tomando la siesta.
El reloj marcaba ocho y cinco, hora oficial de inicio de clases en mi universidad. Sin embargo, en el aula reinaba un alboroto, semejante al que se presencia en un gallinero. Gente paseando por los pasillos, otros sentados sobre los pupitres, grupitos comentando diferentes historias, risas, gritos… un caos total. Una demostración de la naturaleza entrópica humana. Yo me encontraba sentado en la cabeza de la fila pegada a la puerta. Allí visualizaba panorámicamente el ambiente que se había creado en el aula. Esa posición, me permitía ver con claridad la pizarra, cosa que era imposible desde atrás, pues, empezaba a tener problemas de vista. También me convenía, porque me permitía mantenerme concentrado durante un tiempo largo, cosa impedida por el efecto pantalla creado por los compañeros situados entre el profesor y yo. Transcurridos unos minutos, en medio de tanto jaleo por fin apareció alguien. Un hombre joven se asomó a la puerta, iba bien vestido, y tan joven era que le confundí primero con uno de esos compañeros que se incorporaban tarde, pero luego le vi dirigirse hacia la mesa del profesor, entonces pensé que debía ser un becario enviado para llamarnos la atención. En ninguno de los casos acerté, quien acababa de entrar era Jaime Edjang Okenvé, el hombre que iba a ser nuestro profesor de química. Me llamó la atención la manera en que puso firme a todos, una vez que entró en el aula, acompasadamente la gente fue callándose, cuando alcanzó el podio, cada quien se encontraba sentado en su sitio y reinaba un silencio y un orden en el ambiente, que en vez de gallinero se convirtió en algo totalmente opuesto. A veces éramos disciplinados, otras veces alborotadores, dependía del estado de ánimo en el que nos encuentres. El tipo caminaba con mucha tranquilidad y parsimonia, daba la impresión de estar acostumbrado a ambientes como ese. Se puso a limpiar el escritorio con un pañuelo de un solo uso que quitó del bolsillo, al terminar, le dio la vuelta al pañuelo y lo pasó por el asiento, Parecía que era de esos a los que les pone enfermo el desorden y la suciedad. En todo ese momento, la clase estaba expectante, a la espera de que pronuncie una palabra, ni siquiera tengo claro si saludó o no, alguien pudo haber pensado por su silencio que era un sordo-mudo incluso. Al terminar de limpiar y acomodar su sitio de trabajo, empezó a silbar silenciosamente mientras se dirigía hacia donde se encontraba la papelera, en ese instante, bajó un poco la tensión, fue una manera poco profesional de romper el hielo. .
Bien chicos, mi nombre es Jaime Edjang Okenvé, y seré vuestro profesor de química, — por fin tomó la palabra—. Durante su presentación, las chicas empezaron a mirarle con un cierto flirteo, y él, las devolvía la mirada con una fingida seriedad que, a juicio de quienes saben mucho sobre el arte del cortejar y de la coquetería, se hizo notorio su gran gusto por las chicas. Jaime era ingeniero químico industrial, graduado en la universidad de Huelva, como ya podéis deducir, era el típico pack completo, joven-guapo-graduado universitario- con trabajo. Durante su presentación, nos hizo entender, tal vez no intencionalmente que, el impartir clases, no es para él un sueño hecho realidad. Mencionó que trabajaba en GEPETROL, la única petrolera estatal, por lo que queriendo o no también nos dio a entender que dinero no le faltaba, puesto que ahí se pagaba más que bien.
Después de su presentación, que duró aproximadamente unos 10 minutos, nos repartió una hoja, la cual contenía todas sus notas de la universidad, a juzgar por lo visto, fue un buen estudiante, tenía varios sobresalientes y notables, aunque ninguna matrícula de honor. Pero, el hecho de enseñarnos su expediente académico, que en sí carecía de sentido, puesto que nadie se lo había pedido, y era la primera vez que un profesor lo hacía, cambió las impresiones que tuvimos al principio hacia él. Tan pronto como quiso ganar nuestro respeto y admiración, lo perdió. Se podía cuantificar en la cara de algunos compañeros cuánto de mal estaba empezando a caerles. Ése gesto, sumado al hecho de que no impartía las clases porque quería, sino como un pasa tiempo, complicó las cosas. Era evidente que quería impresionarnos (sobre todo a las chicas). Pero, tuve especialmente una sensación de déjá vu, podía reconocer a hombres con buenas intenciones y aquellos con malas intenciones. Según mi diagnóstico, estábamos ante un seductor profesional infiltrado. A ese tío le importaba un bledo nuestra educación, sólo le interesaba un salario extra y las chicas. De todos modos, tampoco era nada de otro mundo, era algo frecuente. Una vez me contó un amigo que, cuando le anunció a su padre que le cogieron como profesor en el centro de formación profesional Infoplis de Bata, ése le respondió: enhorabuena hijo, ¡bienvenido al mundo de las mujeres ¡. Al ser un tipo atractivo e interesante económicamente hablando, eso le convertía en buen partido, lo cual a su vez provocaría que algunos compañeros que tenían novias en su perímetro de acción lo vieran como un rival potencial. En mi caso, aunque también era profesor de mi novia en otra titulación, llevaba mucho tiempo practicando el arte de que las cosas que hace mi novia nicodemamente me importen un carajo. Esa actitud estoica la adopté cuando un día, aunque no un día cualquiera, era navidad, me invitó mi exnovia a pasar la noche en su casa, tras unos coitos exquisitos, ella se fue al baño dejando su teléfono a mi alcance, no me interesó hasta que sonó, entraba un mensaje, eché un vistazo y vi el mensaje, el emisor era un profesor mío. Quise enfadarme, pero no quería arruinar la noche. Días después analicé qué pude haber hecho mal para merecerme aquello, pero no encontré motivos, así que, tampoco había motivos para sufrir, ni siquiera merecía la pena poner atención en aquello que no estaba en mis manos ni podía controlar. Tal vez cuando era más chiquito hubiera llorado o al menos ponerme triste durante un tiempo, pero porque en cuestiones de la vida era un inexperto y, tenía la cabeza llena de las virtudes que se ve en las telenovelas, sin embargo, me di cuenta que, con el paso del tiempo, eran cada vez menos los trozos del pastel de mi vida, y que cada día que pasaba menos aún se quedan, por lo que era necesariamente urgente degustar cada uno de ellos, disfrutarlos, y no desperdiciarlos con tonterías como esta. Así que decidí que iba a seguir con ella como si nada hubiera pasado, al menos hasta que encuentre a otra. Y así fue. Yo lo llamo autocontrol y madurez.
Bien, tras repartirnos su expediente, empezó a impartir clases, raro fue que ninguno de
los compañeros atrevidos le preguntara sarcásticamente sobre qué teníamos que hacer
con su expediente.
El primer tema fue <
Yo, sentía especial pasión por aprenderlo todo, esa ha sido siempre mi leyenda personal. Y aunque fuera consciente de que el saberlo todo era imposible, al menos el tener una opinión bien argumentada sobre los diferentes temas y problemas tanto sociales como personales me complacía, de todas formas, cuanto más leía, más consciente era de mis límites y de la complejidad y profundidad de ciertos temas. Habitualmente, uno de los obstáculos con los que me topaba en mi camino a la hora de hacer realidad esa leyenda mía, eran los hombres malos; existía varios tipos de hombres malos: unos eran los vigilantes del pensamiento y de las ideas, eran tan ignorantes que lo único que sabían eran las frases que les repetían en la academia de los malos, ni siquiera pensaban. Esos, impedían que la luz que irradiaban los hombres buenos llegue a mí, su misión era asegurarse de que ningún joven albergue más ideas y pensamientos que las de la academia de los malos, esto es, mantenernos sumisos e incapacitados para cuestionar aquello que ocurría a nuestro alrededor. Los otros malos, estaban en una escala algo superior en maldad respecto a los primeros, tenían extirpado cualquier sentimiento de misericordia, pena y humanidad. Llevaban una grabadora ahí donde iban, iniciaban una conversación comprometedora y te empujaban a decir algo que pudiese condenarte. Por suerte, jamás caí en ninguna de las trampas. Iba ahí donde daba una charla un hombre bueno, un buen profesor, me encantaba escuchar a la gente cultivada, a veces no me enteraba de todo. Cuando el tema era complejo para mi capacidad de compresión, me fijaba en cómo se vestía, con qué tono decía las cosas, en definitiva, su actitud. Era consciente de la crisis de hombres buenos que atravesaba la sociedad, así que decidí aprovechar los pocos que quedaban. Nuestra sociedad estaba impregnada de egoísmo. El amor al prójimo, la misericordia, la amistad. Habían perdido su dimensión. Todo era vanidad, un mundo sin valores que le quitaba el sentido a la vida. Aquellos hombres que pudieron ser buenos, por la formación que tuvieron, perdieron la dignidad y la nobleza ante la inquisición de lo políticamente correcto, a la luz de la aprobación de los malos. Como en cualquier sociedad del mundo, en la nuestra también triunfaba la hipocresía. Como culto a la dichosa hipocresía, esos hombres, prefirieron dejar en el sótano todo lo que aprendieron, y actuar como perfectos ignorantes, incluso disimular que aprendían de los malos. Lo peor fue el ambiente moral depravado que se vivía, nadie decía lo que realmente pensaba, nadie podía actuar de forma independiente y libre. Todos actuaban bajo la capa de la prudencia. En ese momento supe que la prudencia es la mayor enfermedad de la que podía padecer una sociedad o un colectivo; de un prudente jamás se esperaría algo grande, por el simple hecho de que aquellos prudentes tenían un miedo infinito, por lo que se les podía amedrentar infinitamente, mientras que aquellos que carecían de miedo, fácilmente se podían revelar. Y los grandes amigos de los malos que no eran tan malos, no tenían marcha atrás, el estar cerca del mal en estado puro durante mucho tiempo, te hace partícipe de experiencias que te vuelven completamente sumiso a él, si tienes un espíritu débil. El día siguiente, de nuevo nos tocó a la primera hora química. Antes de iniciar la clase, el profesor inició una conversación con los compañeros, en la cual, pronunció la dichosa frase << la juventud, vosotros, sois el futuro de ese país>>. Solía sentir especial curiosidad por frases como estas, pero para no impedir el avance de las clases, no le pregunté nada al profesor. Tenía un hombre bueno personal, ése me explicaba las palabras, hablaba como un libro, cada vez que le escuchaba salía del encuentro pleno y libre. Era antropólogo de formación, no escribía libros ni publicaba artículos, sin embargo, tenía la casa repleta de libros, según él mismo, leía e investigaba sobre las grandes cuestiones de la vida sólo por puro amor al conocimiento, y por eso le considerábamos faro de nuestra generación. Le llamaba Don Patricio, y vivía en Rebola, aislado de todo ruido, en una minúscula casa de tablas. Decidí ir a visitarlo, le gustaba el pan caliente, y el vino, así que se lo llevé. Al llegar, llamé a la puerta y se abrió sola, le encontré tumbado boquiarriba en el sofá, con un libro abierto posado sobre su vientre.
Holaaa caballero —me saludó alegremente como hacía de costumbre —, le alegró bastante verme, y se contentó por lo que le llevé. Transcurridos unos minutos de charla y risas, esperando el momento de seriedad para preguntarle sobre la frase. Mientras abría el vino y se servía le pregunté: Don Patricio, ¿qué opina usted sobre la frase esa que dice que la juventud es el futuro? — yo pienso que lo que ocurre con el binomio juventud-futuro, es lo mismo que pasa con el ya y el todavía no. Dicho de otro modo, la pregunta por el futuro del joven, es la pregunta por la meta que el joven se propone, para sí y para su entorno, libremente. Por lo que, la cuestión se convierte en un problema de libertad de la juventud en el ya. De este modo, si el ya o el presente está vacío de libertad y de participación de esta Juventud, no hay esperanza alguna de ningún futuro, si el joven no es miembro activo en el presente, no hay ningún futuro para él, puesto que las decisiones de las que depende vuestro futuro se toman ahora en el presente, y si no sois vosotros los que decidan qué queréis, no seréis más que sujetos pasivos, a los que no les quedará de otra que asumir lo que hayan dejado los viejos. Ya decía George Orwell que, << quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado>>—
A continuación, le pregunté sobre qué debíamos hacer para salvar ése futuro nuestro. A lo que me respondió — la solución depende de vuestra educación, pero por desgracia, siguen siendo los mismos individuos los que deciden sobre dicha educación, la cual no
hace más que transformaros en sujetos semi-analfabetos, es decir, sujetos sin estímulo alguno de complementar su formación para convertirse en un sujeto instruido, carecéis de la inercia de los analfabetos y del discernimiento de gente instruida. O sea, poséis algo que os diferencia de la masa y os falta casi todo para consideraos élite, sois tipos iniciados, pero no capacitados, discriminados, pero sin consciencia de ello, y pretenden inculcaros un estúpido patriotismo basado en el amor a una supuesta nación en la que, os obligan a verles disfrutar desde vuestras miserables vidas. Pero ocurre algo todavía más importante, el status superior es adquirido por transición hereditaria, los grandes puestos siempre les tocan a los componentes del grupo de los malos. Así, vosotros siempre careceréis de función práctica, de este modo, no sólo serán poderoso, vuestra debilidad les volverá todopoderosos. De todas formas, tampoco existirá ningún futuro en el que haya sólo individuos de la misma generación, en todas las sociedades conviven diferentes generaciones, y así será siempre. En definitiva, hijo mío, la esperanza es ahora, está en vosotros porque tenéis fuerza para destruir a este mal, mira la vida real que te rodea, nada que ver con lo que quieren ellos que manifestéis. Hasta que no toméis conciencia de la realidad, no os revelaréis. ¡¡ haz del presente un momento justo!! —.
AUTOR: Arturo Ngomo Mba Biyé
Nota importante: quiero destacar que algunas reflexiones arriba leídas, surgen tras la lectura de algunos textos pertenecientes al materialismo filosófico de Gustavo Bueno.