CARTA DE UN ENVIDIOSO A UN CIEGO Y A UN LOCO; EN DEFENSA DE LA ENVIDIA

Queridos amigos.

Escribir para aquellos que no leen es realmente cosa de valientes, y para aquellos que no reflexionan, un caballo de Troya. La verdad es que no tengo bien claro que es peor, puesto que los que no leen, viven perdidos en el mundo; informados y formados por la opinión del vecino, del amigo, del primo, del padre, del cuñado o de sus propios prejuicios. Una vez que dicha información llega a su cerebro, el cual no está acostumbrado a trabajar. Lógicamente si la información se escapa de su sentido común, con lo cual será incontenible en su cerebro, la dividirá en porciones para que pueda caber en los minúsculos compartimentos del mismo. De esta forma, la transmitirá de forma dividida al siguiente individuo con el que hable del tema. Y, por efecto dominó, aparecen analfabetismos en masa y colectivos
ignorantes.

Sin embargo, leer y no reflexionar es igual de peligroso, tanto para el que lee como para el que escribe, puesto que, al escribir para un público incapaz de criticar tus escritos, te relaja, y corres el riesgo de acabar igual que ellos, pues al no estar bajo presión, no irás más allá de lo que te sale a la primera, total… acabaran aceptando todo lo que dices. Al contrario, si el público es culto igual que tú, te esforzarás para estar a la altura. Por eso, el no reflexionar sobre lo que leemos es peligroso. Pero, especialmente en los tiempos que corren, en los que todo el mundo escribe y todo el mundo opina independientemente de la información y formación que tenga el que opina sobre el tema en cuestión.

Dice Harari en la introducción de 21 lecciones para el siglo XXI lo siguiente: en un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder. pero, ¿qué es ésa claridad y cómo se puede obtener? Lógicamente, leer te pone en conocimiento de las opiniones de otros sobre un tema en concreto y eso te puede conducir a poner en cuestión tus propias opiniones, pero no siempre. No siempre el leer nos lleva a pensar, especialmente cuando leemos para reforzar aquello que prejuiciosamente ya creíamos antes de leer. En esos casos, solíamos leer justo lo que está a favor de nuestras ideologías, de nuestras opiniones y desarrollamos una especie de cobardía intelectual que nos impide leer un texto cuyo contenido se opone a lo que pensamos. Así, en vez de reflexionar sobre lo que vamos leyendo a lo largo del texto, estamos en búsqueda de frases biensonantes que a su vez nos convienen, ignorando el resto del contenido del texto, aunque se oponga a esa misma frase que nos gusta. A diferencia de otras épocas, hoy en día, creo que el que lee debería estar más o igual de preparado o informado que el que escribe, porque de esta forma; primero entenderá lo que lee y segundo podrá criticarlo. Cuando el que escribe está más informado y formado — el caso de la oleada de predicadores que están bombardeando a la población con filosofía barata aquí en Guinea—, primero se le endiosa, a continuación, sus teorías se apoderan de los lectores, y si son erróneas pues, como una película de zombis, les ves deambulando de allí para allá cargados y empapados de estupidez.

Para tener claridad, primero hay que estar dispuesto a buscarla, la claridad es la verdad, y la verdad nunca cambia, aunque obtenerla sea especialmente difícil, pues el origen de las cosas tiende a esconderse. Hay que dejarse llevar en la aventura del conocimiento, teniendo como brújula dicha verdad, tal vez nos equivoquemos en creer verdadero algo o no, pero tenemos que ser capaces de argumentar lógicamente siempre sobre el por qué creemos que las cosas son así y no de otra forma, al menos hasta que nuestros argumentos sean refutados por otros mejores. Y no pasa nada, ése es el camino de la búsqueda de la verdad, que está muy lejos de aceptar las cosas sólo porque suenen bien, porque nos conviene o porque sí.

¿A qué viene todo lo anterior?

Me ha llegado una carta, en cuyo contenido se me acusaba de envidioso. Es verdad, nunca he negado ser un envidioso, allí donde he ido lo he mostrado, lo he dicho públicamente y lo he manifestado. Sin embargo, aunque el pecado empiece con la idea. Jamás he planeado hacer el mal físicamente o materialmente a nadie, nunca he matado ni he pensado hacerlo, aunque envidie a los demás, jamás les haría daño. Todo eso porque siempre he creído que el problema nunca ha sido la envidia sino la ignorancia; no es posible saber cuánta gente te envidia, pues, los humanos somos seres de sociedad y la regla número uno para vivir en sociedad es ser hipócrita. Es más, la envidia es un padecimiento natural y no hay cura para aliviarla, así que todo aquel que la tiene se la queda, pero, ¿cuántos la tienen? Y, ¿cuántos aceptan tenerla? Nadie acepta padecerla, pero vemos a menudo asesinatos, traiciones, acontecimientos inhumanos … a mi juicio, el matón supuestamente envidioso no mata por envidia, sino por no controlar sus impulsos. Así como el hecho de que uno tenga coche no le  convierte en asesino, sin embargo, entre las mayores causas de muerte están los accidentes automovilísticos, es que ¿conducir nos convierte en asesinos o el hecho de conducir a velocidades extremas poniendo en riesgo tanto nuestras vidas como la de los demás? Si tener coche nos hace asesinos, entonces tener o sentir envidia nos hace malos. Pero sabemos que no es así. Algo similar ocurre con las drogas y los cigarros. Es bien sabido que fumar mata, sin embargo, el dejar de fumar ha llevado a muchos a una depresión que, les condujo igualmente a una muerte prematura. Por otra parte, muchos aun fumando, han muerto a edades considerablemente avanzadas. Pienso que cualquier sentimiento humano, sea el amor, el cariño, la envidia o el odio, se vuelve dañino sólo cuando se sale del control del que lo padece. El amor es el sentimiento supremo, sin embargo, puede llegar a ser mortal si no se controla, y no son poco los que se han suicidado por amor. Alguna vez una novia, amigo o conocido nos ha dicho que nos odia, pero, solemos permanecer inalterados a veces ante manifestaciones iguales. ¿es que el odio no es malo?

Por otra parte, la envidia es el sentimiento que nos recuerda lo mejor que pueden llegar a ser los demás que nosotros. Lo cual a mi juicio es algo bueno, pues saber que no somos el centro del universo y no somos los mejores siempre es un buen fertilizante para la humildad y la autosuperación. En definitiva, creo que el problema es el autocontrol, que se consigue con el autoconocimiento el cual llega con el autoestudio. Eso es, buscar la verdad, la tuya, la de los demás y la de todo lo importante que te rodea.

Autor: Arturo Ngomo Mba Biyé

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